jueves, 29 de septiembre de 2016

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

Hoy voy a hacer una entrada que nada tiene que ver con lo que suelo enseñaros, pero me ocurrió algo hace varias semanas que me gustaría contaros, porque me resultó especialmente curioso.

Hace ya tiempo, en televisión emitieron un documental que se llamó “Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada”. En este documental hablaban sobre como los productos de consumo se fabrican para que tengan una duración determinada (que ya viene establecida de fábrica) para obligarnos a tener que consumir constantemente.

 

Aquí os dejo el enlace del documental, por si queréis echar un ratito viéndolo:



¿Cuántas veces hemos dicho esa frase de “ya no se fabrican XXX como los de antes…”. Y por XXX entiéndase cualquier producto de los que consumimos habitualmente, aunque en especial el caso es más palpable cuando hablamos de electrodomésticos. Yo aún recuerdo como en casa de mis padres tuvimos una lavadora que duró más de 30 años. Hoy día eso resultaría impensable. De hecho, en mi propia casa, la primera lavadora que tuvimos creo que duró 5 años. Increíble, pero cierto…

 

También recuerdo como en una ocasión se nos estropeó el elevalunas eléctrico de una de las ventanillas del coche. Había fallado no se qué pieza. Pues justo una semana después, le ocurrió lo mismo a la otra ventanilla. Está claro que la duración de esa pieza estaba totalmente programada.

 

Y como ya os podéis hacer idea de qué va todo esto, os voy a contar ahora, con fotos incluidas, lo que me ocurrió un día que tuve que salir de compras en busca de camisetas para decorar.

 

Se me ocurrió ponerme unas chanclas que tengo desde hace ya… uf, ni me acuerdo de cuánto tiempo hace que las tengo. El caso es que iba yo toda mona (bueno, tampoco tanto, jeje) conjuntada en negro y turquesa y para terminar de combinar hasta en los pies, cogí mis chanclitas turquesas que me encantan sobre todo por lo cómodas que son (o más bien debería decir “que eran”…).




Al bajarme del coche para entrar en la tienda, empecé a notar que la superficie sobre la que pisaba era un poco ondulada. Así que mentalmente me puse a criticar a los que habían colocado el suelo de la tienda: “mira que poner un suelo que no está bien nivelado…”

 

Pero a medida que iba andando por la tienda, cada vez tenía la sensación de que el suelo era más irregular. Ya me pareció raro, así que se me ocurrió mirar al suelo para ver por qué tenía esa extraña sensación.

 

Y para mi sorpresa, resultó que el problema no estaba en el suelo, sino en mi zapato. De repente vi que al andar iba dejando un rastro de mijitas que parecían como arenilla. Levanté entonces el pie y de pronto un trozo de tacón cayó al suelo. ¡No me lo podía creer! Cogí el tacón rápidamente y lo guardé en el bolso, porque no era plan de ir dejando los restos de mi difunto zapato por allí.

 

En ese momento pensé que a ver cómo conseguía yo seguir andando con medio zapato desaparecido. Empecé a plantearme que tendría que ir a comprarme unos zapatos de urgencia, los que fueran.

 

Pero cuando estaba liada entre mi dilema de qué hacer con el zapato y de buscar la talla de la camiseta que necesitaba, de repente se me cae el tacón del otro zapato. ¡Esto ya fue demasiado para mí!! Ahora ya sí que tenía que ir urgentemente a comprarme unos zapatos, porque así no podía seguir andando.

 

Por suerte, en la misma tienda en la que estaba también tenían zapatos, así que directamente allí mismo los compré y antes de salir por las puertas ya iba yo con mis zapatitos nuevos.

 

Y os dejo para que veáis el estado tan lamentable en el que quedaron los zapatos:


 



Estuve a punto de tirarlos en una papelera que tenían en la entrada de la tienda, pero a mi marido se le ocurrió que podría ser un buen tema para contar por aquí, así que me volví a casa con este engendro para poder hacerle las fotos correspondientes para ilustrar esta entrada.

 

Desde luego, está claro que los zapatos también fueron fabricados con fecha de caducidad y murieron los dos zapatos justo en el mismo momento.

 

Es una pena que vivamos en una sociedad en la que el “usar y tirar” sea lo habitual y nos lo vendan como un símbolo del progreso. Así resulta cada vez más difícil enseñar a nuestros hijos que las cosas se pueden intentar reparar y aumentar así la vida útil de los objetos. Y es que, ¿quién puede intentar reparar algo que ha quedado absolutamente inservible, como ha sido este claro ejemplo?

 

Ojalá algún día el mundo deje de ser el lugar consumista que es a día de hoy…

 

Besos y hasta la próxima entrada.

 

 




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